domingo, 2 de noviembre de 2008

LA PARTIDA DE AJEDREZ


En el infinito tablero de Ajedrez del Universo, la Muerte y la Vida disputan de nuevo en una partida.
A veces gana la Vida, a veces triunfa la Muerte.
Hace mucho tiempo en un lejano reino nacieron dos niños el mismo día y en la misma hora:
uno en lecho de seda, el otro en piso de tierra. El uno cubierto de brocados, sedas y paño de Flandes;
el otro tan sólo fue envuelto con lana de ovejas.
Sobre el primero había un dosel con una corona cubierta con terciopelo rojo y sobre el segundo
la madre amorosa una cruz de madera había puesto... y de esta forma la Vida dio inicio a la partida cuando movió a uno de sus peones.
Ese día dos madres contemplaron a sus niños y les cantaron canciones de cuna; melodías que hablaban de ángeles que velaban los sueños y barcos que surcaban los siete mares.
Los meses transcurrieron y fue cuando la guerra llegó al reino, por lo que el rey llamó a sus vasallos
y sus proclamas cubrieron sus feudos; los nobles congregaron a su gente y otra vez prepararon
sus mesnadas, pues ayer fueron España y Portugal, y ahora era Francia el enemigo.
El rey llamó a sus vasallos y quién fuera campesino, comerciante o artesano se tornó en fiero soldado,
y el soldado en ávido mercenario que con su espada y cuchillo sostuvo su causa, la causa del reino
y derramó la sangre sobre la tierra.
Dos padres partieron a la guerra: el que era soberano se ciñó las armas forjadas en Toledo y el que
fuera campesino la vieja espada de sus mayores, pero ni una armadura ennegrecida al fuego detiene
el disparo cercano de una ballesta, ni una espada oxidada a una hacha templada en Marsella,
y la Muerte movió su negro caballo y lo hizo saltar sobre sus peones.
Y en el reino la guerra hizo más poderosos a los ricos y más viudas en los pobres.
Los años pasaron y los niños crecieron:
el príncipe aprendió la gramática y el campesino a trabajar la parcela; el primero supo de modas palaciegas y montar a caballo, el segundo comprendía el cambio de las estaciones y ponía el yugo a
los bueyes. Pasaron los años y los niños se hicieron hombres:
campesino y príncipe se enamoraron de aldeana y princesa, y mientras la Vida movía su alfil,
en el país hubieron dos bodas y dos reinas el mismo día.
Pero el reino necesitaba gobernante y no reina extranjera ni madre regente, así que algunos nobles presionaron y convocaron a las cortes para que subieran los impuestos, pues como todo mundo sabe,
una coronación requiere de grandes gastos al igual que cualquier festejo público.
¿Y quién mejor para pagarlos que el pueblo? Porque la pompa de los grandes y poderosos la pagan
los pequeños y débiles, que para obligarlos están las leyes... y los recaudadores, por lo que la Muerte movió su peón mientras se llenaban las arcas reales.
Poco después el reino estuvo de fiesta porque la reina había parido un niño; príncipe que algún día heredaría el trono, motivo por el cual el rey estaba feliz. Con ello la Vida movió otro peón y la Muerte también; la Vida movió a su reina y la Muerte hizo lo propio con su torre.
Un día, una de las carracas del reino entro en conflicto con una galera de la República de Venecia
por cuestiones comerciales y la batalla termino cuando ambas se fueron a pique.
Enterado de ello, el embajador de la Serenísima presentó una queja formal en la que había implícita
una amenaza de guerra, con lo que el rey subió los impuestos para hacer frente a los gastos que se iban
a presentar.
Mientras esto sucedía, la Vida movió a su reina y se comió a la torre de la Muerte.
-"¡El rey evitó la guerra con sagacidad!" -proclamó un ministro al poco tiempo-, pero los nobles cínicamente afirmaron que había comprado la paz con el dinero de ellos mientras engañaba a la reina con la esposa del embajador.
Y mientras los nobles hablaban de su dinero, el campesino vio como toda su cosecha era levantada
por los servidores del rey, en tanto que la Vida se preguntaba sí no había cometido un error al hacer
esa jugada.
No pasó mucho tiempo para que los rumores llegaran a los oídos de la reina y muy a su pesar supo
que eran ciertos; que el rey no dormía en el cuarto contiguo desde hacía varias noches y que se le veía caminar por los pasillos como un fantasma, así que para alejarse de las murmuraciones de la corte comenzó a montar su corcel todos los días, mas una tarde de verano estalló una tormenta que cubrió
los cielos de relámpagos y la reina no regresó. Cuando salieron a buscarla la encontraron en un claro
del bosque, y es que el caballo que montaba se había espantado por los truenos y la había derribado,
pero es que también la Muerte movió su caballo y se comió a la reina de la Vida.
Entre tanto, en el pueblo tuvieron una fiesta porque el campesino y su esposa fueron padres de dos niños: niña y varón con que alegrar sus días para forjar esperanzas.
Hubo baile, comida y bebida, ya que en aquel lugar cada niño que venía al mundo era motivo
de alegría, y acudieron muchas gentes, encontrándose entre ellas un astrólogo que dijo que las vidas
del campesino y del rey estaban de alguna manera ligadas; pero claro, ciertas personas hablan de más cuando hay copas de menos, por lo que nadie le hizo caso, y mientras la Vida movía su caballo, l
a madre le cantaba a sus hijos una canción que hablaba de corceles que llevaban a los niños
a pasear a los cielos.
En palacio el rey poco a poco fue dejando el poder a sus favoritos, en tanto que él se dedicaba a divertirse, ya fuera en bailes, partidas de caza o aventuras galantes, apareciendo de vez en cuando
en público o en ceremonias oficiales.
Los nobles y advenedizos muy pronto se aprovecharon de la ausencia del monarca, por lo que comenzaron a acumular riquezas a través de la especulación, venta de puestos y otras cosas igual de redituables y bienvenidas, que alegran a la vida, enriquecen las arcas y condenan a las almas.
Los mercaderes no quisieron ser menos y concluyeron que también ellos reunían los requisitos para
ser nobles, con lo que ofrecieron grandes sumas por un título, ya fuera comprándolo o casando a sus hijas con alguno de la nobleza que se encontraba arruinado, porque para dar lustre al oro en ciertos lugares siempre se ha requerido que en la moneda exista el troquel de un escudo
¿Qué mejor aliado puede tener la Muerte que el hombre mismo? Por lo que ésta movió otro
peón mientras miraba a la Vida pensativamente.
Entonces la vida movió a su alfil en el momento en que el rey nombró a un nuevo ministro,
quién defendió los derechos de los débiles, persiguió a los corruptos y castigó a los ladrones que confundían la cosa pública como propia, lo que provocó que los afectados se pusieran muy molestos.
Se habían librado de la reina madre y por eso mismo no iban a tolerar a un oscuro, misérrimo hidalgo que no se dejaba corromper por el ejercicio de la autoridad.
Y mientras que el rey yacía en el lecho con su amante, los nobles envenenaron al ministro en una
comida -indigestión, le dijeron al pueblo más tarde-, por lo que la Muerte se comió al alfil de
la Vida con su reina.
Lejos de palacio, se desbordó el río que pasaba cerca del pueblo y se llevó a un joven en su crecida,
pero afortunadamente se encontraba por ahí el campesino, quién al ver esto se arrojó al agua y salvó
al muchacho en el instante en que la Vida movía un peón para comerse a otro de la Muerte.
Muerto el ministro, los nobles necesitaban a alguien que cubriera el puesto y encubriera sus ilícitos,
pero cómo ninguno de ellos se fiaba de los otros, la amante intervino y le susurró al rey que nombrara a un amigo suyo, que de la noche a la mañana se convirtió en un hombre sabio, culto, inteligente y
de preclaros talentos que adquirió gran poder... y aumentó sus riquezas.
Ciertamente, el príncipe heredero no podía estar de acuerdo con el mal manejo del gobierno,
por lo que se opuso a las decisiones de su padre, lo cual fue aprovechado por el nuevo ministro para aconsejarle al rey que encerrara a su hijo, porque según decía:
"Preparaba una rebelión contra la corona".
Y la Muerte movió su alfil mientras que el hijo era recluido en la prisión.
Los hijos del campesino crecieron y cada uno tomó lo que le correspondía; el varón entró de aprendiz
con un maestro carpintero y se convirtió en un diestro artesano en tanto que la niña aprendió de su madre a coser y a tejer. El tiempo pasó y el campesino y su esposa vieron como sus hijos crecían,
y llegó el día en que el hijo se marchó a la aldea cercana en tanto que la hija con un sastre se casaba.
La Vida movió su peón y la Muerte también; una serpiente mordió al campesino, pero lo salvo
el párroco del lugar en el momento en que la Vida se comía al peón de la Muerte con su otro alfil.
Debido a los excesos de su vida, llegó un momento en que el rey se puso enfermo y en el reino hubo preocupación por su salud, por lo que soberano liberó a su hijo y lo llamó ante él.
En ese momento la Muerte dio jaque al rey con su caballo y la Vida lo tuvo que mover.
Esa noche por primera vez hablaron no el rey y el príncipe, sino el padre y el hijo, y jamás se supo
lo que se dijeron entre ellos, pero es que también un abrazo dado con el corazón no necesita ser explicado.
Entonces la Muerte movió a su alfil y le dio jaque al rey cuando el ministro intentó enemistar
de nuevo al monarca con su hijo, pero cuando este no quiso escucharlo más, la Vida movió
de nuevo a su rey.
Llegó el momento en que el rey comenzó a agonizar y conforme a la costumbre del país, se prendió
una vela en una de las ventanas del palacio y en el instante en que la Muerte movió a su reina para
darle jaque mate al rey de la Vida, la amante apagó con sus dedos la llama de la vela, con lo que
el pueblo supo que había otro nuevo monarca e imperaba una nueva ley.
El cuerpo del difunto fue acompañado por los nobles y ciudadanos a su última morada en una larga procesión, y posteriormente, los embajadores de los países vecinos hablaron de sus virtudes y
de la gloria que lo acompañaría en los fastos de la historia mientras que presentaban sus condolencias
y sus cartas credenciales al nuevo rey.
Cuando llegó la noche, mientras firmaba la carta de destierro de la amante de su padre a una
provincia lejana y se la entregaba a su nuevo ministro, el rey meditaba acerca de los sucesos del día
y se dijo para sí de manera triste que la gloria de los muertos no era causa de celos si con ella
dejaban sus riquezas a los vivos.
La noticia de la muerte del rey y su sucesión se extendió por todo el reino y cuando se enteraron
en el pueblo, las campanas de la iglesia tañeron al amanecer mientras que los pregoneros proclamaban a la voz de "¡El rey a muerto! ¡Viva el rey!".
En la taberna del pueblo todos comentaron el suceso del día y el campesino le dijo a quienes se encontraban ahí que él era más rico que el monarca fallecido.
Uno de los presentes salió del lugar y fue ante el representante del rey y acusó al campesino de traición, por lo cual enviaron a los soldados a arrestarlo y lo llevaron ante el tribunal.
Cuando el campesino se encontró ahí, el magistrado -un anciano noble- le dijo que pesaba sobre sus hombros una acusación de lesa majestad y que sí era cierto que él había afirmado que era mejor
que el anterior rey:
Entonces el campesino dijo lo siguiente:
-Si, es cierto que lo dije yo, porque la verdad no se niega ni se oculta ante el sol, por eso afirmo que soy más rico y dichoso que nuestro desaparecido rey.
El noble, más que enojado, le preguntó intrigado por qué y el campesino así le respondió:
-Nací el mismo día que el rey, y sin embargo él está muerto en tanto que yo aun estoy con vida;
él en cambio, a pesar de toda su gloria y su fama ya no tiene nada. Soy pobre y tengo poco,
pero todavía puedo sentir el calor del sol, y la lluvia, y el viento -y añadió-.
¿De qué les sirven la riqueza y la gloria a los hombres sí están muertos?
¿Para que tanto afán de acumular poder y gozar de su abuso si no nos llevamos nada después
de esta vida? Por eso y mucho más digo que yo soy más rico y poderoso que nuestro difunto rey,
porque con toda su fama él no tuvo la fortuna de ver un día más y yo sí.
Contempló un momento al piso y como si hablara consigo mismo, de esta manera dijo:
-Hay precios que son muy caros y que yo nunca pagaría, y la factura que él va a presentar de su vida
no la quisiera tener para mí.
Y dicho esto, levantó su rostro y viendo se quedó al viejo noble.
Este era un hombre justo y no podía condenar a quién hablaba con sinceridad, pero el pueblo esperaba impaciente una sentencia en tanto que el acusador azuzaba a la muchedumbre a la voz de
"¡A la horca con él! ¡A la horca con él!", por lo que el veredicto del magistrado fue el siguiente:
-Yo creo que este hombre perdió la razón a causa del vino, por lo que ordeno que se le deje
marchar en paz.
Y cuando el campesino se alejó del lugar, alguien en la taberna juró que había escuchado decir al
noble que "los locos y los niños siempre dicen la verdad".
La Vida y la Muerte contemplaron lo hecho; ni la Vida podía mover otra pieza, ni la Muerte comenzar sobre la misma partida, por lo después de un momento, ambas se miraron y repitieron al unísono:
-"¿Fuimos nosotras o los hombres quienes decidieron su destino?".
Carlos Enrique Moguel Flores